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Sin embargo, romper con esta oferta homogénea requiere algo más que cambiar el canal de comercialización, requiere una diferenciación en los servicios. Los avances tecnológicos han permitido que, a través de pequeños dispositivos podamos obtener, por ejemplo, datos de conducción en tiempo real: velocidad, acelerones, frenazos bruscos, etc. Imagina que las compañías aseguradoras pudieran tener acceso a todos estos datos. Sería el fin de las pólizas genéricas, y el comienzo de las pólizas a medida, recompensando a aquellos con un óptimo estilo de conducción y focalizando las penalizaciones en determinados comportamientos al volante, independientemente de la edad o género del conductor.
Lo que debemos entender es que, por primera vez, la revolución tecnológica implica también un cambio en la estructura social que obliga al consumidor a confiar en las marcas como nunca antes lo había hecho. No se trata de consumir productos, se trata de facilitar tus datos bancarios, de darles la llave de tu casa o de confiar en un coche que muy pronto llevará de forma autónoma a nuestros hijos al colegio. Este cambio de paradigma está provocando que las marcas más hábiles se den cuenta de que este nivel de conexión y de confianza con el consumidor necesita nuevas formas de comunicación, una nueva forma de redefinir su propósito corporativo y de relacionarse con la sociedad. Una nueva comunicación que nos permita influir positivamente en las decisiones de nuestros grupos de interés. Emocionar, persuadir, convencer e influir.
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